jueves, 4 de junio de 2009

Confluencias im-posibles e irritaciones sintomáticas

Abuso del anacronismo y señalo, para empezar, que esta presentación comenzó a escribirse hace más o menos quince años cuando en la cátedra de ¨Sociología de la cultura¨ de la Facultad de Formación Docente en Ciencias leí por primera vez un texto de Beatriz Sarlo bajo la guía de otra Beatriz, mi profesora. Y siguió escribiéndose durante todo este tiempo con cada número de Punto de vista y con cada nuevo libro firmado por Sarlo que, con diferentes plazos de demora según las circunstancias, llegaba a la ciudad e instalaba, al menos en mí, las mismas preguntas: ¿cómo leer así? ¿Es posible leer (así) dentro de las instituciones educativas incluida la escuela secundaria? ¿Cómo enseñar a otros a leer (así) la literatura argentina y a través de ella, fantasear con abrir un mundo de experiencias que descubre otro mundo en el mundo y que, por lo tanto, casi con certeza, interviene en la forma de interpretarlo? El mundo real junto al re-presentado que vuelve sobre el real. Jerarquía enredada que comprende al libro que nos reúne esta tarde y que recorta de ese mundo un espacio, la ciudad: la real, la vista, frente a la otra, la que la literatura se inventa mirándola o la que descubre en aspectos invisibilizados. Casi al inicio de La Ciudad vista. Mercancías y cultura urbana Sarlo pregunta: ¨¿cuáles son las materias que la literatura o la pintura descubren en la ciudad: de qué está hecha la ciudad del arte y cuáles son los objetos, los edificios, las mercancías con los que establece un contacto fuerte, ese punto crucial de una obra que parece tocar aquella que está fuera de ella¨ (2009: 11). Sus ensayos logran hacer foco en esa deseada intersección y revela el punto en que un texto produce, a veces, esa experiencia: los fragmentos de narraciones y poemas que elige para describir un grand magasin parisino y las grandes tiendas de Buenos Aires por los años 20, las ferias de los ambulantes en Retiro, las tensiones entre imágenes de la ciudad y los materiales que proliferan en sus construcciones desde 1920 hasta la fecha, intuiciones deliberadamente tuertas o poco celebratorias sobre su destino, los paisajes urbanos de la postindustria, historias de ¨la ciudad del miedo¨, figuraciones del otro (del arribante absoluto, del inmigrante), mitologías y aporías urbanas, la ¨nueva ecología de lo artificial¨ y el contraste entre la supuesta ¨restauración¨ o recuperación de mentados ¨íconos urbanos¨ con verdaderos espacios residuales que lejos del montaje for export atravesado por el mercado resguardan restos de un tiempo regido por otras coordenadas. ¨Nada asegura tanto la autenticidad de una invención como un falso recuerdo¨, anota Sarlo (197). Afirmación que se enlaza con la que refiere al pasaje en el que Oliverio Coelho describe un cafetín similar a los que proliferaron alguna vez en el centro de Buenos Aires: ¨un bar tan auténtico no lo reconstruye sino la literatura¨, observa (193).El texto, que ordenadamente descubre algunas de las ciudades amontonadas en el espacio de la ciudad (la de las mercancías que encuentra su lugar de condensación en el shopping frente a la de los pobres y a la de los inmigrantes; la que re-presenta el arte y a veces hace lugar a una teoría y la imaginada desde las guías para viajeros; la desterritorializada que caracteriza hacia el final del libro enviando al inicio ya que arma una serie con los espacios que se recortan en la ciudad expulsando lo que amenaza: los gimnasios, el shopping y la ciber-ciudad, reunidos en sus fantasías autistas), incluye una especie de alerta para algún desprevenido: ¨entre la ciudad escrita ... y la ciudad real hay una diferencia de sistemas materiales de representación que no puede ser confundida con frases fáciles como \'la literatura produce ciudad\', etc. Los discursos producen ideas de ciudad, críticas, análisis, figuraciones, hipótesis, instrucciones de uso, prohibiciones, órdenes, ficciones de todo tipo.¨ (145). Son esas figuraciones (las de escritores y las de artistas plásticos) las que pone en diálogo con las fotos que toma, con datos de diarios y de guías que analiza de forma aguda arriesgando hipótesis sobre la configuración actual de Buenos Aires en el contexto de Argentina y de Latinoamérica y no sólo a partir de la siempre ansiada y un tanto equívoca comparación con la ¨ciudad luz¨. Mientras escribe sus conjeturas realiza algunas operaciones de las que enuncio someramente cuatro a los efectos de no abusar de los oyentes de esta presentación. La primera: que en ese sitio para la amistad que todo libro tiene, Beatriz Sarlo agradezca a Jorge Sánchez el ofrecimiento de la columna de Viva que le permitió ¨dar vueltas¨ por la ciudad facilitando las experiencias que hicieron lugar a este ensayo y que anote que esa fue ¨una columna semanal criticada por casi todo el mundo¨ sienta una posición frente a las recriminaciones de la tribu que corresponde solicitar desde al menos, algunas preguntas: ¿cuántos profesores leen Revista Iberoamericana y cuántos Lulú Coquette? ¿En qué tiempos y quiénes pueden disponer de la columna de Viva y en qué tiempos y quiénes del Journal of Latin American Cultural Studies? ¿Cómo se mide una intervención? ¿Qué moral se sigue cuando se prescribe que la publicación de ciertos análisis debería circunscribirse a las revistas que publican resultados de investigación o ensayos destinados a la comunidad universitaria? ¿Qué se hace cuando se lamenta, en el marco de un Congreso Internacional de Teoría y Crítica literarias, que Beatriz Sarlo firme su columna junto a la de Valeria Mazza? Pareciera que no son sus tesis las que molestan sino el espacio de su enunciación o el género que destartala lo que irrita y hace emerger los síntomas más reveladores sobre qué discusiones aún no podemos darnos en la siempre imaginada comunidad intelectual. Que en varias notas de La Ciudad vista Sarlo señale que otra versión del tema que trata fue publicada en tal fecha en la columna dominical de Viva; que en algún pasaje interrogue la moral siempre excesiva del recato (¨¿por qué encontramos exceso o faltante donde no se repiten los gestos acostumbrados?¨ [112]); que en otro advierta que ¨El carrito de Eneas¨ de Daniel Samoilovich logra una ¨precisión material¨ que difícilmente puedan alcanzar los ¨inventarios académicos¨ (43) son el tipo de procedimientos que inquieta a la comunidad académica cuyos síntomas revelan cuáles cohabitaciones son ideológica y políticamente resistidas y, en el mismo movimiento, señalan el trabajo que queda por hacer para promover, no la tolerancia sino la discusión hospitalaria sostenida en los argumentos y la confrontación de hipótesis. Ya lo había prevenido Derrida en su defensa de tesis: la universidad soporta un enunciado descolocador desde el plano de las ideas con más facilidad que un texto que desordene sus reglas, sus protocolos de presentación, su retórica y sus formatos. La segunda operación: Jorge Luis Borges junto a Fabián Casas, Roberto Arlt junto a Washington Cucurto, Juan José Saer junto a Osvaldo Aguirre, Sergio Chejfec junto a Daniel García Helder, Rodolfo Fogwill junto a Martín Gambarotta, Ezequiel Martínez Estrada junto a Oliverio Coelho. Una decisión que envía a otra y a otros ensayos haciendo lugar a una marca de su trabajo: el agradecimiento a jóvenes estudiantes con los que ha sostenido discusiones o que le han realizado aportes. Algo más que un gesto que sus ex-alumnos o sus ex-becarios o los entonces ¨jóvenes investigadores¨ detrás de una carta de recomendación para ganarse una beca, recuerdan como parte insoslayable de una ética intelectual: Ana Porrúa, Miguel Dalmaroni, Laura Juárez, Graciela Goldchluk, Sergio Delgado, entre otros. Tercera operación: el descubrimiento y/o la invención de nuevos objetos para el estudio. En el prólogo a la edición del 2000 de su libro de 1985, El imperio de los sentimientos, Sarlo advertía que si ese ensayo se hubiese publicado por primera vez en el 2000 todo el mundo lo ubicaría en los ¨estudios culturales¨. ¨Defender una perspectiva de análisis que fuera formal e idelógica¨ era en 1985 ¨una tarea pendiente¨; en el 2000, ¨una perspectiva aceptable¨, ¨casi hegemónica¨ (2000: 12). En esta dirección sitúa a Escenas de la vida posmoderna de 1994 como escucha de un latido, de intuiciones sobre lo porvenir que se condensan y se saturan en La Ciudad vista que se inicia con una confesión que a la vez evoca otro libro, fechado en 1988, que también vuelve sobre una Buenos Aires en pleno cambio cuyas huellas también se rastrean en los textos. La Ciudad vista señala en sus primeras páginas la decisión de ¨no renunciar ni a la literatura ni al registro directo, documental¨ (9). La ciudad vista y la imaginada, juntas. Una modernidad periférica: Buenos Aires 1920 y 1930 se arma a partir de la ciudad imaginada cuyo núcleo de experiencias se reconstruye a través de los textos. De igual modo en aquel momento había dejado espacio para la pregunta sobre el lugar desde el cual escribir: ¨La insatisfacción frente a mi actividad como crítica, de la que a veces hago responsable a la crítica y a veces a mí misma, había alcanzado un punto que me imponía una decisión. Drásticamente pensaba: dejo la crítica literaria para salvar mi relación con la literatura¨ (1988: 7). Y más adelante anotaba: ¨Quisiera que este libro resultara un conjunto tan poco ortodoxo como mi actitud frente a su escritura¨ (1988: 9). Deseo persistente que veinte años más tarde lleva a confesar la intención de contagiar una ¨mínima parte de la felicidad intelectual¨ que encuentra leyendo a Barthes (siempre Barthes) con quien se sitúa en deuda: ¨no habría escrito lo que escribí si no hubiera leído a Roland Barthes, si no siguiera leyéndolo¨ (2009: 12). Gesto que remite a aquel con el que abre el texto del 88: ¨Todo libro comienza como deseo de otro libro, como impulso de copia, de robo, de contradicción, como envidia y desmesurada confianza¨ (1988: 7). En aquella ocasión el envío era a Todo lo sólido se desvanece en el aire de Marshall Berman y ya entonces, y desde el inicio Barthes, junto a Williams y a Benjamin (de quienes resuenan en La Ciudad Vista, especialmente las Mitologías del primero y la selección de Cuadros de un pensamiento, del último).Para finalizar destaco de La Ciudad vista, la inscripción de notas que interrogan nuestras metodologías, nuestras heurísticas, nuestros modos de acercarnos al estudio y a la interpretación de los objetos de la cultura, nuestras rutinas cristalizadas. Punteo, entre otras, la revisión de las objetivaciones de la etnografía y sus pretensiones de evitar ¨hablar por el otro¨; el cuestionamiento de la ligereza con la que se construye la ¨identidad de¨ (de una ciudad, de una ciudad dentro de una ciudad, de un barrio) a partir de un ¨rasgo¨ que ilusoriamente se cree poder identificar barajando unas pocas variables; la recuperación de la literatura como eco de otras polifonías y de inscripción de otras ciudades en la ciudad. ¨La ciudad existe en los discursos tanto como en sus espacios materiales¨, anota. Subrayado de la tensión que recorre el texto desde su título que sugiere la ciudad imaginada en la ciudad vista: la proyectada, la que no se quiere ver, la i-rrepresentable.Durante el Tercer Argentino de literatura celebrado en Santa Fe en 2007, en el medio de una discusión acalorada sobre el canon de la crítica universitaria, Martín Kohan dispara una frase reveladora mientras le observa a Guillermo Martínez que cuando los escritores se quejan por no ingresar al canon universitario, en verdad lo que están lamentando es ¨que [no] los lea Beatriz¨. Sintomática y paradójica observación si la situamos en el contexto más general de una querella tuerta (presentada en algunas revistas y congresos del campo) distraída en señalar el aparente apartamiento de una moral de la crítica que en verdad, es la marca del trabajo de Sarlo, desde el inicio. Nudo del campo que, desde otro lugar, con igual brevedad e inteligencia, Rossana Nofal, interroga con preocupación: ¨¿Cómo salir del canon-Sarlo?¨, pregunta en un panel en el transcurso de un Workshop para Investigadores Jóvenes celebrado recientemente en Tucumán. Intervención sintomática, dicha como al pasar, que cabe escuchar dado que se observa un canon literario del que, por ahora, la crítica no ha podido despegarse y contra el que se ha revelado desde la forma a veces apocada aunque siempre confirmatoria de la moralina de capilla y del cacareo de la falta que no hacen más que reforzar su carácter de parámetro.
Analía Gerbaudo
*Facultad de Humanidades y CienciasUniversidad Nacional del Litoral (Argentina)CONICETanaliafhucunl@gigared.com analiagerbaudo@hotmail.com

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La exposición incluye juegos, materiales interactivos, laberintos, juguetes que hacen reflexionar sobre el lugar de los niños en la sociedad actual. Pueden recorrerla tanto chicos como adultos.

Información extraída de: /www.eldiariodeparana.com.ar

Frato ...en volumen

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Escribí los mensajes que se mandarían los chicos y ponelos en el carrito.

Que ocupe el minimo espacio,incluso en el balcon.